Desde que Alejandro González Iñárritu estrenó ama a los perrosSu carrera no ha dejado de crecer. Ha cosechado innumerables premios, incluidos dos premios Oscar a la mejor dirección y sus películas han viajado por todo el mundo. También ha dividido aguas y muchos rechazan rotundamente su cine. Todo lo bueno que le ha pasado en su carrera no parece satisfacerlo y en Bardo, falsa crónica de unas verdades es una apuesta al siguiente nivel. Pero toda apuesta incluye un riesgo y el director de Babel Y el renacido tropieza y cae de su propio ego, es decir, de una gran altura.

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Como han hecho muchos directores en el pasado, y Federico Fellini en particular, Bardo es una obra autorreferencial donde su autor se pone a sí mismo como objeto de observación y análisis. Pero si Fellini 8 y ½ Fue la obra que marcó un antes y un después en este tipo de películas, Bardo Entra en la larga lista de títulos que quieren pero no pueden, para los que la bolsa les queda grande y el resultado es, por momentos, un poco vergonzoso. Alejandro González Iñárritu (aquí director, guionista, productor, montador y hasta músico) es inusualmente pedante desde el título de la película. Busca ser intelectual pero es críptico y banal. Aunque también, y esto es más interesante, parece inseguro, temeroso, más preocupado por el qué dirán que por sus muchos logros anteriores.

el protagonista de Bardo es Silverio (Daniel Giménez Cacho, cuyo talento para resolver escenas imposibles es lo mejor de la película), un periodista y documentalista de enorme prestigio nacido en México pero en Los Ángeles. Cuando es nombrado ganador de un importante premio internacional, regresa a su país de origen. Este viaje se convierte en un repaso a toda su vida y una reflexión sobre su existencia. La historia de México también entra en este recorrido, un análisis de los medios de comunicación, el significado del arte, la vida familiar, los amigos, el trabajo y hasta la idea misma de la muerte. Con reglas del surrealismo y lanzada a un viaje del ego tan desordenado como irreal, la película pasa de una escena visualmente impactante a un disparate estudiantil que parece hecho por un adolescente que hace su primer proyecto para la escuela.

Es irónico que los pocos momentos realistas sean, con diferencia, los mejores. Iñárritu tiene mucho que decir pero al esconderse detrás de la grandilocuencia muestra sus limitaciones. Filma como si fuera un genio pero no lo es, por eso cuando se atreve con un diálogo humano, de esos que pueden filmar muchos cineastas, da en el clavo. Sabe que va a ser juzgado y antes de llegar a la mitad de la película coloca un diálogo donde pone en palabras de un personaje todo lo que se puede criticar de la película. Es tan divertido y cierto lo que dice, que la película amenaza con volverse más sofisticada. Pero no, ese personaje recibe una respuesta enfadada por parte del protagonista. La puerta al siguiente nivel que se abre en esa escena también se cierra definitivamente.
Bardo, falsa crónica de unas verdades está disponible ahora en los cines y el 16 de diciembre a las netflix

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